June 22, 2009

Encajar en una sociedad de pares

Hay algo en los viajes que los hace melancólicos. Tal vez sea el simbolismo que existe en ellos (salir, irse, dejar; despedirse). Esto lo pensé en un taxi a las 5.56 de la mañana cuando comenzaba un viaje. Llegando al aeropuerto, con mucha más anticipación de la realmente necesaria, vi a una pareja de señores. Ella iba vestida con una falda vieja de colores vistosos que resaltaba su sobrepeso. Tenía facciones morenas y un gesto duro (cansado) pero su cara, de todas formas, provocaba ternura. El señor que venía con ella (seguramente su marido) era un hombre panzón, desalineado, con un pantalón de mezclilla desgastado. La mujer traía en las manos una bolsa de red de plástico como las que usan las marchantas para ir al mercado, y ambos caminaban como desorientados, sujeando un papel, nerviosos y buscando algo.

¡Qué incómodo es no encajar! La pareja de señores claramente no encajaba en ese lugar. En un aeropuerto que usan más de 26 millones de pasajeros al año (dato del Digital Aeronautical Flight Information File en 2008), en ese momento el movimiento era mucho menor del que generalemente puede verse. Por ser las 6.30 am de un día entre semana además, calculo que más del 80 por ciento de los usuarios era gente que viajaba por negocios. Vestidos todos formalmente, con maletas para laptops y caminanado deprisa como si la vida los viniera persiguiendo, esquivaban a los señores con la indiferencia que da la prisa (o la soberbia citadina y materialista, tal vez). La gente que parecía viajar por placer, vestía siginifcativamente "más caro" (diría la abuelita de una buena amiga mía) que lo señores y casi todos hablaban por celular, ignorándolos no sólo a ellos sino a las personas que parecían ser sus compañeros de viaje, quienes tambien hablaban por teléfono con alguien más. [Cuándo se nos hizo más práctico hablar por celular con alguien que no está presente, que voltear a platicar con el que está físicamente al lado nuestro?].

De pronto, ambos se acercaron a un módulo de información para preguntar algo a la empleada que estaba en el mostrador, que comenzó a hablarles. Mientras les explicaban, la señora pasó un brazo alrededor de la cintura del señor, descansando la mano en el costado de su pierna y poniendo la otra mano sobre el brazo del marido, y pude ver incluso desde lejos, cómo respiraba. Entendí entonces algo: todo lo incómodo, deja de serlo tanto cuando no se está solo.

Hace no mucho tiempo leí en el periódico español El País, un artículo (1) sobre la explosión en el número de hogares unipersonales en España y el impacto social de los mismos, y aunque no tengo datos de México, imagino que la tendencia será similar: un grupo creciente de profesionales y gente educada que deciden vivir sólos y que resultan además, súmamente atrctivos para las empresas porque es la gente que gana y que sí gasta. Es la gente que se conciente porque tiene menores responsabilidades económicas con terceros. Y me pregunto: ¿será por eso que gastan? ¿Buscan en lo que compran, la compañía que no tienen para afrontar el "no encajar" en una sociedad de pares? Aún si la respuesta fuera "no", sigo creyendo que gastan (¿gastamos?) para comprar algo que llene un espacio que saben vacío.

Regreso a la señora del aeropuerto; ella no encajaba ahí y lo sabía, pero tenía alguien al lado suyo y éso le valía más que cualquier incomodidad que pudiera sentir.

(1) Minidosis para un mundo de solos. PATRICIA GOSÁLVEZ / EL PAÍS

June 21, 2009

El chiclocentro de las paletas Tutsi-Pop

Existía un comercial de paletas ['hola' a la generación Thundercats] que tenía como frase (más o menos) "cuántas chupadas se necesitan para llegar al chiclocentro de las paletas Tutsi Pop?". En una similar estructura gramatical, yo tengo otra pregunta: ¿Cuántas oportunidades se necesita dar, antes de comprender que una situación o persona no cambiarán?

Existe un eterno y gastado debate filosófico-ordinario, sobre si la gente tiene o no la capacidad de cambiar: de ser/actuar, diferente. En algún punto (o en repetidos) todos hemos opinado sobre ello y encuentro que generalmente, es difícil que alguien modifique su opinión al respecto. Pareciera como un precepto en el que, una vez que hemos tomado partido con base en las propias experiencias, ningún argumento nos hiciera opinar diferente, es decir: la gente NO CAMBIA. (Por lo menos, no cambia de opinión sobre este tema).

Como el debate es gastado y las opiniones difíciles de conciliar, no usaré la premisa de si existe o no la posibilidad de cambiar y tomaré en cuenta, mejor, la voluntad que hay para el cambio.

En un conflicto interno de creencias, discuto conmigo mismo sobre el número de oportunidades que se deben dar a una situación o persona en espera de que resulte algo distinto de lo que ocurre en determinado momento. Parece que, por un lado, renunciar rápido es símbolo de debilidad y falta de persistencia. En la sociedad deportiva, sería muy penado (ningún atleta que se diera pocas oportunidades llegaría muy lejos). A empresarios e inventores, parece sucederles igual. Sin embargo, me doy cuenta tambien que en muchas conversaciones, mi diplomacia me ha hecho contener comentarios que podrían resultar muy graceros hacia personas que parecieran no entender que ni las circunstancias, ni las personas aldededor suyo, tienen voluntad alguna para cambiar. ¿Cómo decirle a alguien que está siendo necio sin ser grocero?

Entonces, aquí está la discusión de nuevo: ser persistente pero sin ser evidentemente necio o firmarle a alguien más la propia dignidad. ¿De qué depende?

Si el cambio está en mis manos [la parte más importante es ésta: entender cuando el cambio NO está en tus manos] y de verdad lo deseo, lo intentaré sin detenerme nunca. Hay una cantidad infinita de factores externos que probablemente ocasionen que nada cambie pero el hecho de que yo QUIERO el cambio, justificará seguir dando oportunidades. El segundo escenario (y dejo de lado las situaciones, para enfocarme sólo a las personas) es: si no depende de mi voluntad,
¿cuántas oportunidades se necesita dar, antes de comprender que una persona no cambiará?
Y concluí con esta respuesta: tres.
La primera, puede ser un error, o que no entendió.
La segunda: aprende lento.
La tercera, no le importa y no quiere cambiar.

Aunque mi creatividad esta en huelga, ya estoy negociando con ella.

En algún momento escuché que las palabras no deben ser utilizadas como sustituto a la acciones. Esto es cierto. También lo es, que a las acciones no se les puede poner pausa y es probablemente ahí, donde las palabras resultan muy prácticas (sobre todo las escritas). En el espacio donde quisiéramos quedarnos detenidos y donde la continuidad del tiempo no lo permite, el "logos" da esa oportunidad.

El origen de mi necesidad de escribir es todavía desconocido, aunque tengo varias teorías. Lo que si sé, es que el hacerlo me ofrece algo que no da la plática, ni la observación: seguridad (peso). La palabra escrita es más longeva y tiene más oportunidad de no morir que una plática. Es como fotografiar pensamientos. Y aunque fotografiar pensamientos tiene ventajas, se debe tener cuidado con el Photoshop para la escritura (porque ése también existe y es uno de los mayores riesgos para el dueño de la pluma, pero es lo que me mantiene entretenido).

Durante muchas años he escrito. Algunas cosas fueron escritas para ser leídas y algunas otras con la esperanza de que algún día lo fueran; muchas, con la sola intención de congelar sensaciones y sentimientos. Un rubro final, son los documentos que en realidad escribí para entenderme mejor, porque a veces cuando hago o cuando hablo, de verdad que no me comprendo, pero cuando queda escrito hay cosas que veo más claras. Es como si Escribir, además de fotografiar, también estructurara mis pensamientos. Alguna vez leí un libro de Emilio Lledó donde filosofaba al respecto y aunque ya casi nada recuerdo del libro, algo debió quedar en mi inconsciente porque muchas veces me hago una pregunta: ¿será que escribo y luego existo?.